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No sé por qué, cuando pienso en la muerte siento que la temería menos si supiera que, una vez muerto, allí (pero, ¿dónde es “allí”?) me iría a encontrar con la gente que quiero. Me consuela incluso la idea de que mis restos (pero, ¿cenizas o huesos?) estuvieran junto a los de las personas que más amo.

Porque en este miedo a la muerte hay, sobre todo, un miedo a la soledad que, según dicen, será eterna.

Aparte de nuestras familias y sus tumbas, modelo conocido, me resulta un gesto de amor que Julio Cortázar repose en el Cementerio de Montparnasse junto con las dos mujeres de su vida, Carol Dunlop y Aurora Bernárdez.

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