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(Sobre una fotografía de J.M. Castro et R.Trapiello, en su libro“Solovkí“)


La casa es una cabaña apenas.
Su inclinado tejado de madera parece una señal sobre la nieve,
una flecha hacia el cielo de plomo,
cuyo significado se nos escapa.

Ante ella, un árbol solitario extiende su ramaje helado por el frío.
La bahía, a lo lejos, rosada por la luces del ocaso, limita el horizonte.
Ni animales ni hombres en este desolado atardecer.

Todo está quieto.
Solo el tranquilo mar bate la costa de Solovkí,
la isla donde la memoria del gulag se resiste
a quedar sepultada bajo el polvo.



				

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