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AUTOBIOGRAFIA


Yo nací junto a un pozo y una higuera
y luego me dormí bajo la música
de las sonoras cañas, al resguardo
de una alta gavillera.

El olmo y el nogal perfumaron mis años,
y el abedul, y el chopo, y el haya sonrosada.
Mi mano acarició la dulce uva,
la oliva fría y verde,
el haz segado del dorado trigo.

Hice plegarias contra el mortal rayo
cogido de la mano de mi madre,
y un día monté en un carro
y viajé más allá de las colinas.

Hablé con una piedra de moliz,
metí un pié entre dos surcos,
mordí un rojo tomate entre gozosas lágrimas,
porque vi que en su pulpa
latía el mundo entero.

Toqué con devoción la cal de los tapiales,
mojé con tierra roja la punta de mis dedos
y dibujé unos ojos.

Canté un antiguo tango junto a un tío melancólico,
monté una bicicleta, rodé un aro,
escondí una canica en un zapato
y tan lejos lancé una vez la pícula
que todavía no ha vuelto.

Qué grave el gesto de mi padre saludando al martillo,
qué melodioso el son del abejorro en las siestas de agosto,
qué hermosa la penumbra de la noche
en las oscuras calles de mi pueblo...

Aquella era mi patria.

Habité luego en algunos lugares donde la vida fue
pasando sin saberlo,
lugares que el olvido arrastró como mata de cardos
barridos por el viento.

Pero nunca olvidé el olor de la madera,
el golpe del martillo y de la gubia,
la cálida caricia de la paja del trigo,
el ruido de los yunques,
ni el sabor dulce del reciente mosto.

Porque fue aquella,
porque es aquella aún mi única patria.

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